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sábado, 1 de octubre de 2011

Recuerdo ante Ti

Hoy, sentado ante tu imagen bendita, me lleno de recuerdos y emociones. No hace mucho que nos conocemos, ni para mi aún breve vida; ni para la longevidad tuya. Pero después de dos años, logras revivir en mi unos sentimientos y una emoción incontenibles.


No fue hace dos años la primera vez que te vi. La primera fue de pequeño, en una pequeña imagen que recordaré toda mi vida. No sabía quien eras, casi no recordaba dicha imagen, pero nunca olvidaré esos ojos cansados de tanto llorar que miran al cielo pidiendo auxilio divino, de la misma manera que lo pido yo al observarte.

Recuerdo el día que os conocí, ya no solo a ti, también a la imagen del dolor humano en un cuerpo de expresión divina. Recuerdo ese silencio roto por una voz desgarrada, y el negro. Un manto de rojo clavel para la pasión a sus pies. Un manto color de sangre, como la que gotea por todo su cuerpo. Recuerdo la sensación indescriptible mezcla de dolor, asombro y devoción que latió en mi corazón, al ver el silencioso desfile del instante de la salvación, del momento de la muerte del inocente que salvó a todos los culpables. Recuerdo el sereno caminar, el luto, y el silencio.

Lo que nunca llegaré a olvidar es ese momento, en el que el llanto se hace alegría, en el que la muerte se hace vida, en el que la noche se llena de esperanza y como mecida por un susurro, tu imagen, llena de lágrimas, derramando bendiciones, apareció frente a mis ojos. En ese instante me hice tuyo. La sencillez de tu belleza, que los luceros pelean por ver entre los bordados que te protegen, hace innecesaria una corona, no te hace falta corona para ser Reina, y más si vives en la Puerta Real, entre reyes del Arte, siendo tú la Reina sin Corona, Madre Santa, Aguas para los sedientos, y consuelo de mi alma.

Desde ese instante dominaste el latir de mi corazón, no he faltado nunca a visitaros y vosotros nunca me habéis decepcionado.
Un año después, volví a veros; en ese serio caminar de silencio, y ese alegre caminar del llanto. Y en esa fría noche, con mis huesos calados de humedad y emoción me provocasteis las lágrimas. No lloraba de dolor, ni alegría, ni de pena, no sé porqué lloraba, pero lo hacía, como lloras por Él, lloré por Vosotros.
No olvidaré ese silencioso caminar sin luz, con los suspiros callados, la emoción en la piel y el instante eterno de la muerte, poniendo un esplendoroso final a su desfile anual.

Tampoco olvidaré la expectación de mi corazón al oír la música celestial que anunciaba tu llegada, y luego Tú, tu bendito perfil aproximándose, firme, sin dudar ni retirarse, y mi corazón estalló en jubilo, no quedaba nadie para mi, sólo existíamos Tú y yo. Te alojaste, pero volviste a mirarme, como siempre lo haces, me miras mientras lloras, mientras bendices esas aguas que brotan de nuestros ojos al mirarnos. Y te fuiste, como cada año, te fuiste dejándonos una larga espera, y una ilusión. La ilusión de ver a esa Reina sin Corona, a la que llora al Cielo, a la que los juncos acompañan en la plata, a mi Señora, la del Museo, la de la Puerta Real. Dios te salve, y Sevilla te guarde.


Jorge Niño.

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